El anticuario Ignacio Martínez adquirió una cantidad variable de piedra arenisca en las canteras de Salamanca: los expertos de la zona valoran la operación
J. M. S. La valoración de distintos expertos en piedra y construcción así como los análisis practicados hasta la fecha por los arqueólogos permiten afirmar, con toda seguridad, que el material del claustro de Palamós es piedra arenisca «tipo Villamayor» y que la procedencia concreta de los sillares empleados radica, precisamente, en las canteras de Villamayor, a tan solo cinco kilómetros de Salamanca. La extracción del material en la localidad de la Armuña se remonta a la Edad Media, lo que convierte esta zona en el origen de la materia prima de los principales edificios históricos de Salamanca, con la Catedral a la cabeza.

Dado que la procedencia de la piedra y la cantidad de materia prima que pudo emplearse en la restauración o recreación del claustro de Palamós pueden ser claves, resulta de sumo interés conocer los detalles del funcionamiento de las canteras de Villamayor para poder reconstruir la operación promovida por el anticuario zamorano Ignacio Martínez Hernández, que desembocó en la construcción de unas galerías de estilo románico en una finca particular del barrio madrileño de Ciudad Lineal en los años treinta, para ser trasladado definitivamente a Palamós en 1958.
Las fechas en las que tuvo lugar la operación —a principios de los años treinta— hacen que sea enormemente complicado hallar un testimonio vivo de la actividad de las canteras de Villamayor. Un trabajador que contara veinte años en 1931 superaría hoy la centena, ejemplo práctico que ilustra esta dificultad. Por lo tanto, la primera conclusión es que resulta prácticamente imposible obtener el testimonio directo de la operación de Palamós.
Para ayudar a entender cómo pudo llevarse a cabo el negocio, contamos con la declaración y valoraciones del exempresario cantero de Villamayor Ignacio Sanchón Diego y del ingeniero Antonio Áreas, que llegó a la localidad de la Armuña a finales de los años setenta para adaptar esta actividad a la Ley de Minas.

En el primer caso, Ignacio Sanchón Diego pertenece a una de las principales familias de canteros de Villamayor, heredero del oficio de su abuelo Antonio y de su padre López Sanchón. Nacido en 1931, Ignacio Sanchón se inició desde muy joven en las tareas artesanales de la piedra junto a sus hermanos Eloy y Justino. Sus recuerdos de niñez se remontan al inicio de la Guerra Civil española (1936) y la memoria le permite recordar con claridad su incorporación a las canteras en la década de los años cuarenta, época de dificultad económica y penurias en todo el país, de especial rigor en la provincia de Salamanca.
En cuanto a Antonio Áreas, destaca la experiencia profesional y el conocimiento de este ingeniero de Minas natural de Galicia, que ejerce para el Estado la dirección facultativa de la explotación de las canteras de Villamayor. Estudioso del recurso de la piedra y responsable de la musealización de las zonas de extracción más antiguas del municipio, Áreas llegó a mediar con responsables de la Unión Europea en un proyecto de protección de las canteras tras la visita de distintos funcionarios de Bruselas con motivo de la Capitalidad Cultural de Salamanca en el año 2002.
La mayor parte de los argumentos esgrimidos por ambos conocedores de la piedra de Villamayor son coincidentes y permiten extraer las siguientes conclusiones:
—En los años treinta, la extracción de la arenisca era completamente manual. Los canteros utilizaban la pica (un pico con dos filos) para hacer un surco y «cortar» los bloques de material con una maza. El manipulado a principios de siglo se realizaba de forma completamente artesanal. En los años treinta, se utilizaban ya las primeras grúas manuales de hierro, a las que, décadas más tarde, se adaptarían motores de gasóleo. El transporte se llevaba a cabo en carros, que a partir de la década de los treinta comenzaron a ser sustituidos por camiones.
—La extracción se realizaba en bloques, aunque la medida universal utilizada era el sillar romano (1,80 x 0,60 x 0,50 metros).
—Tres sillares componen un metro cúbico de piedra arenisca. En la construcción del claustro (si hablamos del total de las galerías), se precisaban hasta 200 metros cúbicos, lo que supone unos 600 sillares.

—Un metro cúbico de arenisca de Villamayor en bruto tiene hoy un precio de 150 euros. La piedra del claustro podría costar en la actualidad unos 30.000 euros. El veterano cantero Ignacio Sanchón insiste en que la piedra de Villamayor «no es cara» y que «nunca lo fue». En particular, en las primeras décadas del siglo XX. El cálculo más temprano que recuerda le permite aseverar que, en los años cincuenta, el metro cúbico podía comercializarse a 35 pesetas.
—La extracción de la piedra estaba en manos de las diferentes familias de canteros (los Sanchón, por ejemplo) o era realizada directamente por compañías de Salamanca para sus propias obras en la ciudad, como es el caso de los empresarios Antonio Fernández o Martín Cuba. El gremio de los canteros, explica Antonio Áreas, siempre fue «hermético» y «celoso de su actividad», dado que «querían preservar su oficio y el derecho de extracción».
—La regularización de las canteras trajo los primeros documentos escritos a la zona de Villamayor en los años setenta. Históricamente, la arenisca se extraía bajo demanda: el comprador realizaba un encargo que pagaba, generalmente, de manera semanal, en función de la cantidad de piedra extraída. Según el testimonio de Ignacio Sanchón, los acuerdos para la compra de material eran «generalmente verbales», por lo que no quedaba registro escrito de estas operaciones. En algunos casos, cuando la extracción se realizaba para empresas de Salamanca, utilizaban papeles en los que apuntaban las cantidades de material extraídas para calcular la cantidad adeudada a los canteros.
—Un carro tirado por caballos podía llegar a transportar hasta un metro cúbico de arenisca, que equivale a 2200 kilos de mercancía. Una estructura con bueyes podía elevar esa cantidad al metro cúbico y medio. Los primeros camiones de la época, de la marca Ford, podían transportar hasta doce toneladas, lo que facilitaría de forma evidente el transporte de la piedra a Madrid.
—El transporte a Madrid desde Salamanca, unos 250 kilómetros, podría suponer la cuarta parte del valor de la piedra, según el señor Áreas.
—El cantero Ignacio Sanchón no puede dar testimonio de la compra de material para la construcción de un claustro en Madrid en el año 1931, aunque la hipotética cantidad adquirida (hasta 200 metros cúbicos de arenisca) era «una operación habitual» dentro del elevado volumen de extracción de piedra en Villamayor.
De las aportaciones de ambas personas se deduce que la compra de la materia prima necesaria para el claustro (tanto para completar piezas ya labradas como para construir las galerías al completo) no era una operación singular, sino «habitual». El funcionamiento de la extracción en los años treinta hacía que los tratos fueran «verbales», lo que impide tener registro documental. La extracción se hacía por encargo y se pagaba periódicamente en función del material entregado.

Del testimonio de Ignacio Sanchón Diego se desprende, además, una interesante conclusión. La cantidad necesaria para la reconstrucción o recreación del claustro requería de «muchos meses de trabajo, quizá años». Sanchón Diego apunta que en las primeras décadas del siglo XX, la cantidad diaria extraída de las canteras no llegaba al metro cúbico. Hay que tener en cuenta que los canteros de la época se limitaban a extraer el recurso que radicaba en la superficie (por falta de maquinaria para profundizar en la explotación) y, precisamente, «la piedra que está arriba es la más dura y la que mayor esfuerzo conlleva su extracción». Además, resulta lógico suponer que los canteros trabajaban para varios clientes de manera simultánea.
Esta puede ser la principal razón de que la obra de Ciudad Lineal comenzara en 1931 y se alargara hasta el inicio de la Guerra Civil (1936), cuando las galerías estaban prácticamente terminadas. Según esta hipótesis, la obra avanzaba en función de la extracción de la piedra, cuyos plazos condicionaban la posterior talla y la colocación de las piezas en el claustro.