Expolio: «Despojar algo o a alguien con violencia o con iniquidad».
Auto: «Por uno mismo».
Autoexpolio: «Acción de despojar a algo o a alguien con violencia o con iniquidad… por uno mismo».
El «autoexpolio» del patrimonio español

Ha pasado un siglo desde que una parte importante del patrimonio español sufrió su mayor desastre. La edad de oro del coleccionismo americano estalló en un tiempo histórico enque España carecía de conciencia política, social y cultural de su legado. La expansión del comercio y la acción incesante de anticuarios, chamarileros, grandes comerciantes y agentes internacionales pusieron en contacto los tesoros artísticos con quien podía comprarlos, pagarlos: los magnates americanos y los florecientes museos que comenzaban a surgir en los diferentes estados.

Hoy, en nuestro país se mira al pasado con rabia e importancia: «¿Cómo pudo haber pasado esto?», es la pregunta acostumbrada. En realidad, la proclama no es una mala noticia: se debe al cambio radical que la sociedad española ha experimentado con respecto a su patrimonio, que actualmente es visto como materia inherente a su identidad. Pero, por otro lado, el interrogante muestra claramente que la mayoría ciudadana desconoce la realidad de hace un siglo y emplea sin mesura ni acierto la palabra «expolio». Fundamentalmente, porque esa serie de despojos producidos fundamentalmente en el patrimonio religioso —ermitas, iglesias, monasterios, catedrales… — se produjo por acuerdo de las partes, sin violencia, con papeles de por medio y, en ocasiones, con el aval del Estado o de la Justicia.
«El autoexpolio del patrimonio español», nuevo libro de José María Sadia

No hubo «expolio». En todo caso fue un «autoexpolio», el despojo de los bienes propios no con iniquidad, con maldad, pero sí con cierta (mucha) irresponsabilidad. Los propietarios de los bienes, la Iglesia, vendía al mejor (incluso al peor) postor; el Estado hacía la vista gorda, llegaba tarde en su labor de vigía cuando no firmaba operaciones de venta del patrimonio o incluso las promovía; la sociedad permanecía ajena a lo que estaba pasando la mayor parte de las veces y los anticuarios y comerciantes obtenían beneficios ni imaginados décadas atrás. Todo fue legal —y a veces, se hizo fue fuera legal— en un tiempo sin lugar para la ética o la moral. Por supuesto que, al otro lado del Atlántico, el pasado español, empaquetado en cajas que llegaban en barcos, era recibido con los brazos abiertos.

El «autoexpolio» del patrimonio español se consagró el 24 de abril de 1925, cuando el Tribunal Supremo facultó a los vecinos de Casillas de Berlanga para deshacerse de las pinturas murales de la ermita de San Baudelio, un «únicum» del legado artístico del país, que hoy sigue disperso en varios museos de España y Estados Unidos. En julio de 1957, el Gobierno español pondría la guinda del «autoexpolio» estampando su firma en el contrato de intercambio del ábside de una iglesia en un pequeño pueblo de Segovia, Fuentidueña, enviando al exilio el elemento más valioso del templo que el Estado no había sabido proteger de la ruina.
El Metropolitan ofreció a España a cambio del ábside de Fuentidueña una parte de las pinturas de San Baudelio que ni siquiera tenía en propiedad
Ironías de la historia; a cambio, España recibiría de Estados Unidos una pequeña parte de las pinturas de San Baudelio, que el Museo Metropolitano de Nueva York había comprado en el mercado americano para cerrar la operación. Durante el primer tercio del siglo XX, el «autoexpolio» se manifestó en incontables ocasiones en nuestro país, siguiendo un patrón general que admitía matices (más agravantes que eximentes): puesta en valor de un bien, protección legal, oferta de compra… y «autoexpolio» consumado. Desde este espacio, El código románico verterá luz sobre los casos más flagrantes del «autoexpolio» del patrimonio español, en particular, del mayor objeto de deseo por parte de los clientes americanos: el románico español y la Edad Media.
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LOS CASOS MÁS FLAGRANTES DEL «AUTOEXPOLIO» ESPAÑOL

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