La indignación del pueblo zaragozano solo fue un ingrediente más de una operación que hizo escala en Marsella en 1928 para llevar las piedras románicas a Boston

La historia de la portada de San Miguel de Uncastillo, un pueblo de Zaragoza, contiene algunos elementos clásicos de lo que en El código románico denominamos «autoexpolio». Cierto que los vecinos se rebelaron contra la venta del elemento más valioso del templo —en muchos casos, la desaparición del patrimonio pasaría desapercibida a la población—, pero de nuevo existió una concatenación de factores que dieron con las piedras de Uncastillo en Boston: un templo en ruinas, la Iglesia quiere vender, un anticuario compra y, como por arte de magia, la portada románica aparece en el Museum of Fine Arts de Boston.
Puede que el estado ruinoso de San Miguel procediera, como en muchos otros casos, de los decretos desamortizadores de principios del siglo XIX. El caso es que las piedras de la iglesia llegaron maltrechas a la pasada centuria, cuando el espacio se venía utilizando como almacén del Ayuntamiento de la localidad de la comarca de las Cinco Villas. Hubo un interés por la compra en 1915… y el cura del pueblo, Carlos Quintilla, informó al alcalde de la posible venta del templo. Aunque en realidad, como es habitual, dicha venta ya se había producido. Para compartir el «pecado», Quintilla ofreció al Ayuntamiento quedarse con la mitad de la venta —400 de las 800 pesetas recaudadas—, pero ni el alcalde ni el pueblo estaban a favor de cargar con ese peso.

El edificio se convirtió en vivienda. Sí, como lo leen. El inmueble fue alquilado aunque la portada fue desmontada, piedra a piedra, para viajar a Barcelona. El artífice de toda esta operación fue un librero de Barcelona llamado Salvador Babra. Se entiende que Babra, según el perfil habitual, era un versado «connaiseur» del arte, con tanto gusto para apreciar la escultura románica como para hacer un buen negocio. Según relata Eva María Alquezar en un trabajo de hace un par de décadas, parece que el librero-anticuario fue desplazando las 150 cajas que contenían las 28 toneladas con los restos de Uncastillo para confundir al personal. Y a fe que su estrategia acabaría dando resultado.
Para cuando alguien se interesó por el negocio de Babra ya corría el año 1927. Se avecinaba la II República y la contundente Ley del Tesoro Artístico de 1933. Así que algo tendría que inventar el librero para sacar de allí las piedras y dirigirlas al mejor postor: el Museum of Fine Arts de Boston. Por cierto, que la pinacoteca americana fue pionera en Estados Unidos en la incorporación de arte español. Allí se puede encontrar, por ejemplo, el ábside artificial decorado con las únicas pinturas del Valle de Bohí que la Junta de Museos de Barcelona dejó escapar en 1919, germen de la famosa «operación de salvamento».
Y vean cuál fue el plan, porque en esto sí que el caso Uncastillo fue original. El cargamento salió del puerto de Tarragona a la vecina Marsella. Allí aparece un supuesto filántropo, un tal Francis Barlett, quien supuestamente compró la portada para cederla —eso sí que es amor al arte— al museo de Boston. Corría el año 1928 y la venta se había llevado a cabo por algo más de 42.000 dólares, una verdadera fortuna.

Cualquiera que busque en el portal web del museo (https://www.mfa.org), encontrará fácilmente la ficha de Uncastillo y las imágenes de la portada en una de las salas del centro, descontextualizada, pero magnífica. Allí es donde hay que acudir para poder ver lo que en tiempos perteneció a la comarca de las Cinco Villas.
Hoy se mira al pasado con indignación, sí, pero se es consciente de que Uncastillo cayó en la trampa del «autoexpolio». ¿Por qué? En este caso, porque la diócesis de Jaca —a la que pertenece la localidad— firmó los papeles de venta de la iglesia de San Miguel y, pese a la oposición del Ayuntamiento y de los vecinos, nadie salió al rescate de las piedras románicas. Ahora es el tiempo de la melancolía, del romanticismo y del «ojalá no hubiera ocurrido». Pero pasó y ya es historia. Al menos, los vecinos de Uncastillo conocían y conocen el valor de su patrimonio, por más que un pedazo esté hoy a más de 7.000 kilómetros.

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Publicación: Almuzara, 2020.
Autor: José María Sadia