
Varias fotografías en blanco y negro, el jardín de un catedrático, un anticuario, un museo de Barcelona, unas galerías de Madrid y un comerciante del siglo XXI son los ingredientes de la sorprendente expedición de ida y vuelta del desaparecido claustro salmantino. El investigador Antonio Ledesma ha cerrado el círculo. Este es el relato.
Curiosa e intensa la búsqueda realizada por Antonio Ledesma, investigador de la Universidad de Salamanca, que podría titularse algo así como «en busca del claustro perdido» y que ha tenido final feliz… o no tanto. La historia arranca en una pequeña iglesia en pleno centro de la ciudad de las dos Catedrales, a unos metros del paseo de Carmelitas. Allí se encuentra el templo hospitalario de San Juan de Barbalos, uno de los treinta que la orden de San Juan había impulsado en la capital en el ya lejano siglo XIII.

San Juan es un edificio tardorrománico que luce la clásica «piedra dorada» salmantina, de una sola nave rematada en un ábside circular. Hasta el siglo XIX —nos relata el autor en el artículo «Apogeo tardorrománico en la orden del Hospital: el primitivo claustro de San Juan de Barbalos»— lució una torre cuadrada a los pies que fue desmochada y reducida a tan solo un cuerpo de altura. Pero, sin duda, el elemento que más sufrió la embestida del tiempo fue su enigmático claustro. Sus últimos restos desaparecen en 1963.
Apenas se tienen datos del extinto recinto. Sin embargo, existe un testimonio fundamental en la investigación de Ledesma. El historiador Villar y Macías deja por escrito en 1887 que «varias de sus columnas y capiteles los hemos visto en un jardín inmediato». De esta fuente y de las aportaciones de otros historiadores que visitaron el conjunto —entre ellos el reputado historiador Manuel Gómez-Moreno—, el autor deduce que ya en 1887 las galerías estaban completamente desmanteladas.

Pero, ¿dónde estaba ese «jardín inmediato»? En principio, cabría pensar en un recinto o una vivienda en una calle cercana. Una fotografía de Venancio Gombau, profesional que retrató Salamanca y Las Hurdes, capta una vista parcial de las columnas y capiteles perdidos. Otra más fue tomada por Vicente Lampérez y Romea en 1913 y se publicó cuatro años después en la revista La Esfera, sin especificar la localización. Pero, por fortuna, un periodista realizaría un año después una entrevista a un catedrático de Filosofía de la Universidad de Salamanca en su vivienda… en la calle Sorias. Allí, tal y como describe el informador, hay «ocho columnas románicas verdaderamente estupendas». Los despojos de San Juan permanecerán «escondidos» hasta 1937, cuando se los cita por última vez y entre esta fecha y 1944 se pierde la pista de forma definitiva. Ledesma ha podido localizar recientemente en el citado jardín varias piezas ya muy degradadas que podrían corresponder a algunos elementos de San Juan, como la misma mesa de altar.
Museo Marès

El catalán Frederic Marès, uno de los principales coleccionistas del país en la segunda mitad del siglo XX, reunió miles de piezas de toda naturaleza en el museo que cedería al Ayuntamiento de Barcelona, ubicado junto a la Catedral de Santa Eulalia. Allí se traslada el siguiente capítulo de la búsqueda de Antonio Ledesma. Pocos años atrás, los responsables del centro dan por salmantinos ocho capiteles de la magnífica colección románica de su sala de escultura. En un manuscrito de 1952, un documento de venta a Marès, el anticuario vallisoletano Eufemio Díez Monsalve afirma que «las piedras son salmantinas» y proceden de un monasterio desaparecido años atrás. Aquí los datos comienzan a casar para el autor. Los otros monasterios salmantinos analizados —San Vicente y Santa María de la Vega— no guardan relación con las piezas del museo. Sin embargo, una parte de las cestas remiten a las «formas alargadas y delicadas» que se pueden apreciar en la portada septentrional de la iglesia de San Juan. Antonio Ledesma cree que las fechas encajan: las piezas habrían llegado a Marès antes de 1952 a través de un intermediario, el citado comerciante de Valladolid. El posible «abandono» al que se refiere el anticuario quizá tenga que ver con que en Barbalos se dejara de predicar en 1843. Asimismo, un trabajo comparativo con otras esculturas tardorrománicas de la ciudad permite al autor conectar San Juan con uno de los talleres que trabajó en la Sala Capitular de la Catedral Vieja de Salamanca.
Inesperadas fotografías
En abril de 2014 aparecen las imágenes que permitirán llegar hasta el final de todo este lío. La antigua estructura de la calle Sorias ha sobrevivido el transcurso del siglo XX. En realidad, se conservan en unas dependencias de Salamanca y han sido puestas a la venta por un anticuario portugués que tiene una delegación en la capital. Lo realmente sorprendente es el viaje de ida y vuelta que las columnas han realizado décadas atrás… a Madrid. Sí. Las piezas acaban en un establecimiento de la Carrera de San Jerónimo, Galerías Linares. Una fotografía del primer lustro de los setenta disipa cualquier duda. En 1992, finalmente, el actual propietario las adquiere a Linares y termina por trasladar las columnas y los capiteles a su ciudad natal.

La investigación de Antonio Ledesma ha conseguido cerrar el círculo. Desde al menos 1887, el grueso de las piezas estaría en un jardín próximo a San Juan de Barbalos. En 1918 queda constatado que el citado jardín se encuentra en la vivienda del catedrático Téllez y Meneses, cuyo domicilio se encontraba en la cercana calle Sorias. Entre 1937 y 1944 se pierde el rastro de los capiteles y columnas, que aparecen de nuevo en Madrid y en los setenta son fotografiados para un catálogo comercial en Galerías Linares. En 1992 regresan a Salamanca por azar y obran en manos de su actual propietario.
Por otro lado, el resto de piezas son adquiridas por el anticuario de Valladolid Eufemio Díez Monsalve, entre los años 1914 y 1952. A partir de ese año acaban en el Museo Marès y allí, según el autor, se conservan en la actualidad. La investigación prueba los efectos de la dispersión artística y la influencia del comercio del patrimonio en el definitivo paradero de nuestros edificios. Un viaje fascinante que ahora ve la luz. –