
Santiago del Burgo (Zamora) muestra los auténticos valores del románico original del siglo XII, con dos portadas sobresalientes, tres naves interiores bajo bóveda de cañón y capiteles con extraordinarias esculturas
Quizá Santiago del Burgo es la iglesia románica que, junto con la Catedral de Zamora, más miradas recibe. Su emplazamiento, en el corazón de la principal calle peatonal, Santa Clara, —antigua rúa Nova— la convierten en un reclamo permanente. Eso no quiere decir que el templo, cuya parroquia dependió en exclusiva de Santiago de Compostela, no haya hecho méritos. El edificio es uno de los más bellos del románico zamorano, más aún desde que en 2010 terminó su restauración integral, después de varios años de intensas labores que requirieron más de un millón de euros de inversión a través del programa Zamora Románica.

Santiago del Burgo fue construida a mediados del siglo XII, una centuria mágica para el románico zamorano, cuando las repoblaciones y el auge económico de la capital permitieron nutrir el núcleo urbano de más de veinte templos. Definitivamente, eran otros tiempos.
A lo largo de la Historia, el templo se ha beneficiado de distintas restauraciones que no han impedido que Santiago sea una de las pocas iglesias zamoranas que mantuvo su distribución interior en tres naves, en lugar de cambiar su arquitectura por grandes arcos torales y un único espacio para todo el interior (como sucede en la mayoría de los templos). Desde fuera se adivinan tanto las naves —la central tiene una altura muy superior— como los tramos, divididos por poderosos contrafuertes que forman parte de la personalidad del inmueble.

La restauración permitió devolver el brillo a la tosca piedra arenisca zamorana y dignificar la maltrecha torre, uno de los símbolos distintivos del románico zamorano. Pero es en los detalles donde la iglesia se impone a otros muchos ejemplos con claridad. Como la portada de la fachada meridional, la que se ve desde Santa Clara, donde elegantes puertas de madera completan ahora la belleza original del acceso, coronado por tres arquivoltas y un óculo de siete círculos en la parte superior del hastial.
En el lado opuesto, sin embargo, se sitúa uno de los secretos mejor guardados. Y eso que se presenta a simple vista. Antiguamente, esta parte estuvo cubierta por las casas adosadas y hoy, con la recuperación practicada, además se ha liberado de elementos extraños, como contenedores de basura. Se trata de un bellísimo acceso con tres arquivoltas lobuladas que recuerda los ejemplos de la Puerta del Obispo en la Catedral y la portada de San Ildefonso.
Ya en el interior, la inmersión en otro tiempo, en otro lugar, es evidente. No solo por las tres naves originales, sino por la bóveda de cañón conservada y las magníficas esculturas con formas vegetales y de aves. Las excavaciones, además de datar los enterramientos subterráneos, recuperaron algunas piedras labradas que hoy se exponen en el templo. Santiago conserva varios lucillos, algunos de ellos románicos, con pares de arcos de medio punto. La luz, elemento clave en un espacio religioso, nos devuelve al silencio y a la solemnidad de otro tiempo, una atmósfera que invita a rezar aunque el visitante no conociera una sola palabra de las Escrituras.-