Un «misterio» entre los baldaquinos

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Interior de la iglesia de San Juan de Duero (Soria). C. R. 

San Juan de Duero (Soria), La Magdalena (Zamora) y Portomarín (Lugo) conservan antiguos pabellones que nos remiten a la celebración del rito mozárabe, cuando el lugar más sagrado del templo se cubría con cortinas para ocultar el acto de la consagración

¿Cuál era la finalidad de los pabellones laterales en San Juan de Duero? Seguro que los miles de visitantes que atraviesan los muros del antiguo monasterio soriano se preguntan por la función de los baldaquinos que solo están presentes en el país en tres iglesias románicas: el templo monacal a orillas del Duero, la iglesia de la Magdalena en Zamora y San Juan de Portomarín en Lugo. El investigador y dibujante Miguel Sobrino plantea en su libro Monasterios (La esfera de los libros) una curiosa teoría que une los tres templos bajo su origen común: la orden de San Juan de Jerusalén.

Para entender mejor el planteamiento, debemos viajar a Zamora. En La Magdalena no solo se adivinan los dos voluminosos pabellones, en este caso en el centro de la única nave de la iglesia. También dos ménsulas o soportes… sobre los que se presume la antigua presencia de una viga central. Pero, ¿qué hacía allí ese elemento? «Que no esté la viga no significa que no se reconozca su presencia», apunta el dibujante, quien expone que de dicha pieza colgaban unas cortinas que nos remiten a un modelo muy antiguo de rito, el hispano o mozárabe.

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Interior de La Magdalena (Zamora). L. O. Z.

Dicha forma de ceremonia era común en nuestro país hasta el siglo XI, cuando se impuso el nuevo rito romano, que unificaría los actos religiosos cristianos en todo el país (y en el resto de Europa) dando lugar a nuevas necesidades y formas arquitectónicas que abrieron pase al primer arte internacional: el románico. Pero hubo algunas reminiscencias del antiguo ceremonial. Durante el rito mozárabe —que aún se celebra de manera puntual y a modo de homenaje a las costumbres prerrománicas— el oficiante cubre el presbiterio del templo, el lugar más sagrado, con una cortina durante los momentos clave de la celebración. En particular, la consagración del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Dicha maniobra generaba un «misterio» en torno a la operación que contribuía a poner distancia con los fieles y ofrecerles una sensación de trascendencia, de algo sumamente importante, prohibido a los ojos de los no iniciados.

Por otro lado, al margen del rito mozárabe, dichos pabellones que se dibujan perfectamente en San Juan de Duero tenían como función la multiplicación de los altares en el interior del templo. Hoy, la iglesia monacal está completamente desnuda y presenta una precisa iluminación que lleva todas las miradas a las esculturas de los capiteles. Allí —como corresponde a los orígenes de la orden de San Juan, la zona oriental— pudieron llevarse a cabo dichos ceremoniales a pesar de haber ingresado en un periodo posterior, el románico, cuando el rito romano ya estaba establecido. Hoy todos estos elementos nos llevan a una época en la que la liturgia era diferente. Eso no quiere decir que hoy no podamos reconocer que existió.

Para saber más…

La dura pervivencia del rito hispano

El «misterio» que guarda el altar

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