La explosión del color del románico

SAN VICENTE PORTONLOCAL
Policromía recuperada en la iglesia de San Vicente (Zamora). Foto La Opinión de Zamora

El fin de la restauración del portal del monasterio de Ripoll (Girona) prueba hasta qué punto el primer arte internacional, tildado erróneamente de austero, apostó por vivos tonos para recubrir portadas y esculturas

Los criterios de restauración de los edificios antiguos dieron un vuelco cuando los historiadores y especialistas del siglo XX optaron por recuperar la versión original de los monumentos, es decir, intentar capturar la misma imagen que los contemporáneos de ese templo compartieron hace casi un milenio. Algunos estudiosos, como Manuel Gómez-Moreno, se adelantaron al futuro incidiendo en ese tipo de criterios: rescatar la idea primigenia, respetar las pérdidas de elementos y reintegrar lo necesario dejando una señal de lo que allí se había hecho, que siempre debería ser reversible si así se decidía años más tarde.

Ocurre que los restauradores del siglo XIX no pensaban igual. Las intervenciones eran agresivas y el fin de los trabajos estaba más pensado en «hacer reformas» para acomodar el edificio a aquel presente, que respectar lo que el maestro constructor había pensado mucho tiempo atrás. Fruto de aquellas restauraciones, la escultura románica, siempre policromada, se desnudó para ofrecer la «nobleza» del material que estaba debajo. Lo recordaba esta semana la profesora Marta Poza Yagüe al hilo de la presentación de su libro «Portadas románicas de Castilla y León». «No se consideraba terminado un templo hasta que no se policromaba», apuntaba tajante.

Pero… sí. Las portadas románicas y otros elementos y relieves se coloreaban, recibían vivos tonos hoy perdidos en su mayoría. Solo se han mantenido en aquellos edificios que, por azar, fueron encalados y conservaron en la epidermis original toda su viveza. Las restauraciones presentes han ayudado a consolidar esta idea. Porque un ciudadano del presente piensa que cualquier portada de cualquier templo lucía el ocre de la piedra, sin más. Todo lo contrario: el Pórtico de la Gloria de la Colegiata de Santa María la Mayor de Toro es ejemplo de ello.

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Portada del Monasterio de Ripoll (Girona). Foto Monestir de Santa María de Ripoll

La idea se refuerza esta misma semana con la noticia del fin de la restauración del portal del Monasterio de Ripoll (Girona), cuya nueva cara ha despertado tanta admiración como la calidad de su escultura había provocado hasta la fecha. La imagen central, un pantocrátor, luce ahora toda su viveza. Tal y como ha desvelado la directora del Centro de Restauración de Bienes Inmuebles de Catalunya, Àngels Solé, ahora se puede admirar una figura muy diferente, con el cabello y a barba dorados y las encarnaciones rosadas del rostro.

Un cuidadoso y lento estudio de la epidermis de la portada permitió a los especialistas abordar la restauración con el mayor cuidado posible, para devolver en cuatro meses la cara original de Ripoll, una joya de la Edad Media. A menudo, los técnicos de recuperación de obras de arte suelen coincidir en que las capas de policromía escondidas son la mayor sorpresa que se obtiene al trabajar con bienes medievales. Porque el románico no fue tan austero como se dice. Muy al contrario, uno de los elementos clave de las iglesias, sus portadas de acceso al espacio sagrado, eran siempre una explosión de colores.

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