
La polémica sobre el origen oriental de las llamadas estructuras del Duero no empaña la belleza de un elemento espectacular que anunciaba la llegada del gótico francés y la inminente importancia de la luz
«La luz no ha venir de fuera, sino de dentro. Y de requerir su advenimiento de alguna parte, nada de andar rompiendo ni muros ni planos laterales. En todo caso, que venga de lo alto». Esta preciosa reflexión corresponde al etnógrafo Jesús Francisco Hernández Pascual (Zamora del Románico. Instituto de Estudios Zamoranos) y da en el clavo del origen de los cimborrios, elementos espectaculares que venían a rematar y realzar el crucero en algunos templos románicos que adivinaban en un horizonte cercano la llegada de la luz del gótico. En efecto, esas son las dos principales funciones de estas estructuras: verter luz al interior (quizá también ventilación) y realzar el eje central del edificio.

En nuestro país tenemos ejemplos espectaculares de la aplicación de esta original estructura, cuya interpretación siempre ha venido acompañada de la polémica. Según el historiador Eduardo Carrero Santamaría, el cariz oriental que la historiografía quiso atribuir a cimborrios como el de Zamora tiene que ver con la afirmación española del siglo XIX frente a lo francés. Aunque, en su opinión, el origen de la estructura que remata la Catedral de Zamora tiene mucho más que ver con la experimentación gótica de Poitiers y Aquitania en Francia (como en la iglesia de Nuestra Señora de Poitiers), que con esa supuesta ola venida del antiguo Imperio Bizantino.

En el caso zamorano, Carrero Santamaría advierte que se trata de un elemento de experimentación gótica, un doble ábside construido en piedra y no en ladrillo o yeso. Una media naranja dividida en gallones o «gajos» por nervios, rematada por escamas pétreas que le confieren ese aspecto tan particular, oculto tras el cemento en época reciente, como señalan las fotografías de principios del siglo XX.

Son muchos los templos que aparecen coronados con cimborrios —sin ir más lejos, San Martín de Frómista— pero la maestría de estas cabeceras radica en los llamados cimborrios del Duero. La obra maestra de Zamora fue calcada en Salamanca, cuya Torre del Gallo tiene un aspecto más cónico de media naranja, o en la Colegiata de Santa María la Mayor de Toro, con estructura de doble tambor cilíndrico, rematada por tejas a falta de presupuesto para colocar piedra sobre la cubierta. En Plasencia, encontramos otro de estos cimborrios con una clara influencia de Zamora.

De cualquier modo, la polémica sobre los cimborrios —a menudo confundidos con cúpulas— no cesa. La espectacularidad de su resultado es, en todo caso, el anticipo de cómo el hombre de la Baja Edad Media decidió finalmente apostar por la luz. El gótico planteó el cambio del equilibro de pesos al «equilibrio de fuerzas» en los nuevos templos, mucho más esbeltos y espectaculares, «taladrados» efectivamente en sus muros para colocar vitrales que filtrarían la luz hacia el interior. Ese espacio íntimo ya no sería el de recogimiento extremo del románico, sino una zona artificial, sagrada, con una luz tamizada en mil colores que creaban la atmósfera que conectaría con el cielo, el paraíso, a los fieles.
El king´s college de Londres del que se muestra una foto en este articulo es del año 1829 no es un gotico verdadero.
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