
Los cimborrios anunciaron en el románico un tiempo nuevo, la obsesión del hombre medieval por acercarse a Dios y permitir la entrada de la luz en los templos
Fueron construidos en un románico tardío y su maestría los llevó a convertirse en los símbolos de sus respectivas ciudades. Son los llamados cimborrios del Duero, conocidos como «leoneses» por otros. Estructuras erigidas sobre el crucero para ensalzar el edificio y permitir la entrada de la luz en el espacio más sagrado del templo. El cimborrio de la Catedral de Zamora fue el faro que iluminó esta curiosa secuencia de elementos que nos llevan a viajar a Toro, Salamanca… y Plasencia.
Nunca terminará, seguramente, la polémica sobre su supuesta influencia bizantina, cultura en la que existen estructuras muy semejantes. Hoy el debate parece, sin embargo, superado: la repoblación francesa y la influencia del sur del país galo —donde existen ejemplos precursores— parecen zanjar la cuestión, sin renegar del influjo oriental precedente. En este caso, un elemento arquitectónico formado por el tambor (una pared poligonal o cilíndrica), rematada en una cúpula dividida por gallones o nervios, que en el exterior está revestida por lajas de piedra a modo de escamas. Toda la secuencia, salvo Toro, donde la falta de presupuesto abocó a los responsables a colocar tejas cerámicas en el exterior.

El cimborrio de la Catedral de Zamora, el precursor, se ha convertido en el símbolo universal de la ciudad. Miles de turistas llegan a la capital del Duero cada año atraídos por el paseo que culmina en este singular embajador. Sin embargo, su carismático aspecto no siempre fue bien visto. Fotografías de principios de siglo muestran cómo la estructura fue cubierta con cemento para ocultar sus escamas, orgullo hoy de las gentes de Zamora.

La vecina Toro replicó el cimborrio zamorano, elevando la estructura con un tambor de dos pisos, rematado, sin embargo, con menor suerte. En Salamanca, la Torre del Gallo es uno de los elementos más célebres de la ciudad. Su estructura también es doble, con la fortuna de casi poder tocarla con los dedos de las manos. El programa Ieronimus permite subir al tejado de la Catedral Vieja y recorrer el «cielo» del templo. Por cierto, el nombre del gallo tiene su origen en la veleta que corona el cimborrio, pero hay quien apunta al pelaje del gallo, que estaría reproducido igualmente en el exterior de la cúpula.

Este viaje termina en la ciudad extremeña de Plasencia, donde es bien conocida la impronta de la Torre del Melón. Una estructura similar a las anteriores, rematada con una bola de piedra gallonada, similar a un melón.