
Todo es simbolismo en la fortaleza impulsada por maestros lombardos que el estilo románico completó con innovadoras soluciones tecnológicas hace un milenio
Cuando Sancho III de Navarramandó construir el castillo de Loarre apenas imaginaba la tremenda historia que depararía a la fortaleza, primero de estilo lombardo, después románico, en el Prepirineo aragonés. Un pasado que comienza a entenderse al cubrir la ruta entre Huesca y Jaca, donde se levanta como la fortaleza románica mejor conservada de Europa.
A punto de ser concluida, los maestros italianos que erigieron al castillo desaparecieron. En Loarre dejarían testimonio de una de las fortalezas más imponentes hasta la fecha, con diversas torres, entre ellas una albarrana, que imitaba la función musulmana de permitir el aislamiento total durante el trance del asedio. El emergente estilo románico llegó en el siglo XI para ampliar y completar el sentido de la fortaleza, bajo el reinado de Sancho Ramírez. El segundo monarca de la primera dinastía aragonesa protagonizó un episodio clave para Loarre.
Por entonces, Aragónera solo un condado sometido al reino de Pamplona, así que Ramírez viajó a Roma para hacerse coronar por el papa. Obtuvo el aval del Vaticano y regresó con varios compromisos: el primero, instaurar el rito romano en la eucaristía, cosa que se llevó a cabo en la cuna de Aragón: el monasterio de San Juan de la Peña. El segundo, la construcción de una iglesia que ubicaría en el castillo de Loarre, y que haría convivir a monjes con guerreros, aunque de forma independiente. El problema, en este caso, es que los lombardos no dejaron espacio para el templo y el maestro constructor, sea quien fuere, tuvo que recurrir a una genialidad.

Todo es simbolismo en Loarre. Primero, porque la fortaleza se ubica en un balcón cuando acaba el Prepirineo aragonés. Aquello, según investigadores como Luis Zueco (novelista que inició en Loarre su exitosa trilogía con «El Castillo»), tenía un claro componente metafórico. Dicha «terraza» miraba directamente a la riqueza de la Taifa de Zaragoza: era pues una especie de invitación a la conquista del territorio, por entonces musulmán. De hecho, así acabó ocurriendo con la rápida expansión del reino aragonés.
Pero acaso el gran enigma del castillo de Loarre fue el ingenio tecnológico de su iglesia. Sobre todo, por la construcción de una gran cúpula no exenta de simbolismo. Si el círculo era la representación de Dios y la cubierta imitaba esa misma forma, cuando el monarca se situara en el espacio sagrado, bajo la cúpula, sería investido con el poder divino para la toma de decisiones. Un tópico medieval en estado puro: el rey era el representante de Dios en la Tierra. Pero, ¿quién construyó aquella cúpula que no tenía paralelos temporales ni geográficos? ¿Vino el arquitecto de Roma acompañando a Sancho Ramírez? ¿Viajó desde Francia?

El caso es que un hecho lógico sumió en el abandono y el olvido a Loarre. Al situarse el castillo originalmente en la frontera y avanzar los límites territoriales, la fortaleza quedó en tierra de nadie. Sin embargo, el gran milagro del castillo aragonés ha sido permanecer intacto, quizá por la contundencia de la arquitectura lombarda, que forjó un edificio para siempre. Hoy, cualquiera puede visitar la atalaya en la que se yergue y disfrutar, un milenio después, de sus sólidas piedras y de una vista espléndida sobre la antigua Taifa zaragozana.
Una preciosa descripción de la magia que lo rodea. Puede ser de interés este enlace: https://saludyromanico.blogspot.com/2022/02/por-su-tocado-los-reconoceras-o-las.html
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