Steffanoni, el carpintero que «arrancó» las pinturas murales de Cataluña

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Montaje del ábside en el antiguo Museu d’Art i Arqueología. 1923

La revolucionaria técnica del italiano, el «strappo», fue clave para enviar a Boston las ilustraciones de Santa María de Mur, el caso que permitió rescatar una decena de obras de arte de los templos rurales que el propio especialista extrajo para la colección del hoy MNAC

El Museo de Arte Nacional de Cataluña (MNAC) muestra hoy uno de los conceptos museográficos más innovadores del planeta. Lo hace para poner en valor el legado pictórico románico más importante del mundo. Las armaduras, que reproducen los ábsides de las iglesias catalanas en las que fueron creadas originariamente las pinturas murales, se suceden bajo una iluminación que permite recorrer «una iglesia tras otra» disfrutando de la categoría artística de esta colección.

Los modernos salones del MNAC son fruto de una serie de acontecimientos que merecen ser contados. De hecho, el escritor Martí Gironell ya lo hizo con éxito en su novela «strappo», donde recrea el caso que dio un vuelco a la concepción de las pinturas románicas rurales y propició una maniobra de la Junta de Museus de Cataluña que permite que hoy podamos disfrutar de todas estas maravillas en Barcelona, y no tengamos que viajar a Boston, para dejarnos impresionar por la instalación americana en torno a unas ilustraciones que pueden cautivar a cualquiera.

 

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Aspecto interior de Sant Climent de Taüll en 1904, donde las pinturas estaban escondidas tras el retablo gótico de la iglesia.

Y es que hasta el inicio del siglo XX, las pinturas murales de las pequeñas iglesias de los valles catalanes no habían sido tomadas en cuenta. Muchas de ellas se escondían tras la cal con que habían sido literalmente tapadas, para garantizar la higiene de los templos y ocultar aquello que había pasado de moda. Fue en este trance histórico —cuando el comercio de bienes religiosos comenzaba a bullir en Madrid y Barcelona, cuando expertos como Lluís Domenech visitaron algunas de las obras más impresionantes. Escondida tras las formas góticas de un retablo se encontraba la que iba a ser «obra maestra» del arte gótico catalán, una de las pinturas más impresionantes del planeta: el Pantocrátor de Sant Climent de Taüll. Las primeras fotografías retrataron, en blanco y negro, solo una parte de la belleza de la obra de arte, maltratada por el tiempo y colocada en segundo término. No era la única. En 1908, por encargo de la Junta de Museus, el pintor Joan Vallhonrat fue el privilegiado artista que primer realizó una acuarela de Sant Climent, con la fortuna de poder mostrar uno de los aspectos más impresionantes de Jesús en Majestad: el color. Artistas como Picasso o Tapiès contribuyeron a situar en el mapa internacional del arte dichas representaciones.

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Acuarela  de Johan Vallhonrat. 1908.

Precisamente, la publicación de las fotografías y de las pinturas creó un «efecto llamada» en anticuarios y coleccionistas, que vieron la oportunidad de conseguir verdaderas obras de arte a un precio módico, las mismas por las que empresarios adinerados de Estados Unidos estarían dispuestos a pagar una fortuna, bien a través de sus agentes, bien por medio de las tan de moda salas de subastas, donde el prestigio se transformaba en un caudal de dinero para los intermediarios. Pero, ¿cómo obtener ese preciado «oro» de las pobres iglesias rurales catalanas?

Un hecho entre trágico y afortunado cambiaría la historia de estas iglesias, muchas de ellas en un estado de conservación deficiente, lo cual suponía un peligro de desaparición para las preciadas pinturas murales. Un comerciante norteamericano de origen húngaro, Ignacio Pollack, decidió junto a Gabriel Dereppe, su socio de origen francés, comprar y arrancar las pinturas del ábside central de la iglesia de Santa María de Mur, en la comarca ilerdense de Pallars Jussá. El objetivo final: venderlas al comerciante catalán Lluis Plandiura.

La persona que haría posible la operación fue Franco Steffanoni, un carpintero de origen que logró madurar una técnica para extraer las pinturas de los muros sin tener que levantar una parte de las paredes. Dicha técnica, que se dio a conocer como «Strappo», se llevaba a cabo a través de cinco pasos. Los técnicos limpiaban la superficie de las pinturas para aplicar a continuación una cola soluble en agua a la que adherían hasta tres capas de tela. Una vez seca la superficie textil, procedían a «arrancar» la pintura con la ayuda de una espátula. Acto seguido, enrollaban las telas y las transportaban a la superficie de destino. Sobre ella, realizaban el proceso a la inversa. Colocaban de nuevo la cola en el falso muro, pegaban la capa pictórica y, con ayuda de agua, extraían fácilmente las telas que habían servido de «transportador».

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Ficha de Santa María de Mur. Fine Arts Museum. Boston.

Al percatarse de la fatal operación, la Junta de Museus impulsó la declaración de Monumento Histórico de Santa María de Mur. La protección llegaría en 1920. Ya era demasiado tarde, porque el comerciante Lluís Plandiura había logrado vender dichas pinturas al imponente Fine Arts Museum de Boston, donde residen actualmente. Por fortuna, la operación destapó las intenciones de Ignacio Pollack de repetir el negocio con otra decena de iglesias catalanas.

La Junta de Museus optó por negociar con Ignacio Pollack la compra, arrancamiento y transporte de dichas obras de arte. Al fin y al cabo, a Pollack solo le interesaba el dinero y no el destino del legado catalán. Franco Steffanoni fue de nuevo clave en la maniobra de Cataluña, porque fue el con sus propias manos quien se encargó de extraer dichas pinturas. Todas ellas y otras que posteriormente fueron adquiridas por la Administración catalanas pasarían al Museo de Arte y Arqueología y, más tarde, al Palau Nacional, edificio construido para la exposición universal de 1929 en Barcelona, hoy MNAC. Aunque solo sea por la historia que hay detrás, ¿no merece la pena recorrer los «falsos» ábsides del museo?

Fuente. El Románico en las colecciones del MNAC. Manuel Castiñeiras y Jordi Camps.

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