
Desde Erill la Vall a Sant Climent de Taüll, un excepcional viaje en el tiempo del que es testigo la majestuosa naturaleza del Pirineo y el conjunto de iglesias Patrimonio de la Humanidad
Cuando Lluís Domenech i Montaner emprendió su viaje a La Vall de Boí (Valle de Bohí en castellano) en octubre de 1904, seguramente no tuvo la calma suficiente como para disfrutar del recién estrenado paisaje otoñal. Su objetivo era certificar la existencia de una colección de pinturas románicas únicas y documentarlas, para evitar que pasaran a la posteridad como habían vivido hasta la fecha, olvidadas.
Pero ahora tú, más de un siglo después, te dispones a seguir los pasos de Montaner, de Puig i Cadafalch o de Josep Pijoan. Y lo haces con ventaja, ya conoces la historia completa de las iglesias pirenaicas, el negocio de Lluís Plandiura con los frescos de Santa María de Mur —hoy en el Museum of Fine Arts de Boston— que abrió fuego, y la posterior compra del resto de pinturas por la Junta de Museos para «salvarlas» del expolio y la ignorancia. Pero también visitas el Pirineo leridano con una enorme losa: has perdido ya toda esperanza de ver con tus ojos los del Cristo en Majestad que lo gobierna «todo» desde el ábside de Sant Climent de Taüll.

Aún así, el intento merece la pena. Y te internas en el valle, camino de Erill la Vall, dejándote sorprender por la paleta de colores que te regalan sus pinos y robledales. Y entonces entiendes que estás llegando a un lugar único. Porque no hay otro emplazamiento donde se mezclen con tal perfección tesoros naturales y románicos; unos creados por la naturaleza y los otros por el hombre, ¿creados ambos acaso por Dios?
El Centro del Románico te abre los ojos a la historia del pasado: al patrocinio de buena parte del patrimonio de la zona por la familia Erill, al iniciático viaje de Domenech i Montaner para «redescubrir» Taüll, al delicado «strappo» con el que Franco Steffanoni y su taller levantaron la piel de las iglesias pirenaicas… Y en la iglesia de Erill la Vall se abre una puerta al pasado, allí compruebas que su ábside está desnudo y, a cambio, atestiguas la belleza de su Descendimiento románico de madera que ha llegado hasta nuestros días. Desde su torre lombarda —la que comparte con buena parte de las iglesias del valle— puedes divisar la siguiente meta. Entre el amarillo, el rojo y el verde del decorado natural percibes otro de los faros de Bohí, el templo de Sant Joan.
Sant Joan es una de las experiencias más agridulces de la ruta. Los muros más sagrados —los que cierran sus ábsides— están completamente desnudos. En cambio, sus paredes han logrado recuperar para este siglo las pinturas de sus naves con mensajes que te costará descifrar, con vistosos animales que te llevan virtualmente a San Baudelio de Berlanga.

Unos metros más arriba te aguarda en Taüll la iglesia parroquial de Santa Maria. La luz eléctrica se acciona voluntariamente para observar los detalles del Theotokos (representación de la Madre de Dios), sus vívidos colores, su maestría. Tú sabes que la pintura ha sido reintegrada, que el original se encuentra en el Museo Nacional de Arte de Cataluña… pero eres consciente de que otros las darán por auténticas, ¿es legítimo el engaño?
Regresas al pie de la carretera para completar el viaje que tanto tiempo aguardas, para entrar como un Domenech i Montaner del siglo XXI en el interior de Sant Climent de Taüll. Pero algo ha cambiado, al margen de que la celebérrima decoración del ábside esté junto al resto en el MNAC. Los bancos del templo están repletos de curiosos, aficionados, expertos. Aguardan la proyección del ya famoso «mapping» de Taüll, con el que viajarán al siglo XII. Eso que ha cambiado se llama conciencia por el patrimonio. Aunque para ser justos, conviene no olvidar que los vecinos de Taüll —como los de otros pueblos de Bohí— opusieron resistencia al arranque de las pinturas un siglo atrás. Y todavía hoy añoran su regreso.

Y la recreación virtual arranca. Y un pintor imaginario recrea los trazos del maestro de Taüll. Y donde apenas se ve, ahora es Cristo en Majestad quien alza el brazo derecho: «Ego sum lux mundi». Los colores te impresionan sobremanera, también el gesto, el mensaje, de aquellas pinturas. Y comienzas a entender qué no sentirían los antepasados del Pirineo catalán cuando accedían al templo. Porque los ojos de Cristo te miran viajando en el tiempo.
Queda camino por recorrer: Sant Feliu en Barruera; La Nativitat y Sant Quirc en Durro; Santa Maria en Cardet y L’Assumpció en Coll… Habrá tiempo sin duda para completar el circuito de edificios Patrimonio de la Humanidad, aunque tu impresión de haber experimentado algo único ya no va sino a crecer con los próximos pasos.
Visitas de La Vall de Boí
Centre del Románico de la Vall de Boí

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